domingo, 16 de marzo de 2014

Sin miedo


El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro". Woody Allen



A los que pasamos el medio siglo, nos tocó vivir una etapa histórica de este país llena de claroscuros, sinsabores y miedos. Los coletazos y temores de la generación de “rojos” de la posguerra (nuestros padres), la percepción de la injusticia y un régimen poco dado a las libertades de expresión, fueron el escenario en el que crecimos, en el que pasamos los primeros años de nuestras vidas o simplemente, en el que fraguamos nuestra convivencia y proyecto vital.

Y en ese espacio vital, con 18 años, decido estudiar periodismo y publicidad, volcarme en algo que considero vital para el desarrollo de las sociedades y los indivíduos. Y van mis padres y me apoyan.... vaya faena.

¿Predestinado? Algo debía haber cuando mi padre (mi madre estaba como podeis suponer conmigo en el acto del parto), se enteró por la radio de mi nacimiento. Estaba en el monte de la Oresa trabajando y entonces Radio Juventud de Barbastro informaba de los nacimientos  de la ciudad. Durante los primeros años –quizás por aquella influencia– una vieja radio de mi abuelo que llegué a dibujar con precisión, presidía la cocina y eran muchos los ratos de tertulia e información que los entonces mayores compartían. Para el colmo de las circunstancias, mi tío José Zueras, apasionado de la información y que puso el primer quiosco de prensa en Monzón, me alegraba cuando en sus visitas a Pomar acercaba algún libro o cuento. Cuando dejó el viejo quiosco de madera por el local que todavía existe junto al Piscis, aquél santuario de color azul (supongo que el color lo puso conociéndolo para que el régimen no le pusiera problemas cromáticos), aquél cuadrado de madera pasó a ser la caseta de nuestro huerto. Los muchos periódicos, revistas y libros que vinieron con él supusieron una sobredosis definitiva en mi pasión comunicacional. Periodismo y mundo rural, todo toma sentido con los años.

Han hecho falta 30 años para liberarme de algunos miedos. El miedo es un mal menor necesario que nos hace prudentes, desconfiados, temerosos. Es el mismo miedo el que te lleva a construir un mundo interior lleno de matices y a desarrollar la imaginación como arma creativa. Y no es un miedo transmitido, sino aprendido de la vida real.

Ese miedo a decir lo que piensas está metido en tu ADN y a veces tardas 30 años en liberarlo, en tomar conciencia de que existe. Cuando lo haces, sientes –no sin recelos– el sabor de la libertad. Aquellos primeros años en los que formé parte de las manifestaciones universitarias a favor de la libertad de expresión toman ahora sentido cuando aprendo en las redes sociales como las personas han perdido el miedo a decir lo que piensan. los más jóvenes ya nacieron sin él, los de mi generación tienen que aprender a liberarlo. A poner en el escaparate algunas de sus emociones. A plantear su visión ideológica de los acontecimientos y de la propia existencia.

Lo he aprendido de personas que nacieron en los años 80 y en las que he visto la utilidad de aquellas carreras frente a los “grises” en la Rambla de Barcelona y de las asambleas en la Facultad de Ciencias de la Información. La libertad de expresión es un arma poderosa y me alegro de haber contribuído a construirla. Ahora toca arreglar los defectos de fabricación.